El reto era de junio, pero la
entrada ha sido publicada en julio.
Sí, eso no dice nada bueno acerca
de mi capacidad de compromiso y puntualidad, pueden hacerme pedazos en sus
cabezas, están en todo su derecho.
Sin embargo, no puedo
arrepentirme absolutamente de nada; ni de mi ritmo de lectura, ni de lo tardío
de esta reseña, porque así me he permitido el lujo de saborear como es debida
la gran magnitud literaria a la que me enfrentaba con la lectura de esta obra.
Para quienes no disfrutan de la
Ciencia Ficción, sería muy complicado entender lo especial que es esta historia
para el género, mientras que para los frikis
como yo será más fácil seguirme.
Empecemos por el título, que, se
alcanza a comprender en todo su esplendor solo cuando se ha llegado al final de
la lectura. Es extraordinaria la facilidad con la que el autor puede hilvanar
dos ideas con contenidos absolutamente opuestos, dando paso a un diálogo
irónico, con matices de crítica orientada a toda la curiosidad que el hombre ha
poseído desde el inicio de la Historia.
El fondo de este libro va mucho
más allá que entender el mero título, pero es ese título el que sintetiza todo
lo que trae dentro; situaciones de ambivalencia emocional, discordia ética, el
poder bobotizante de la televisión, el
profundo hastío resultante de tareas socioeconómicas monótonas y con utilidad
reducida para el mundo parcializado casi en su totalidad en honor a la
tecnología.
Estoy segura de que me estoy
saltando muchos otros temas esbozados con ligereza precisa en esta historia,
pero el esencial se halla en la necesidad casi visceral del hombre por saberse
acompañado en este gran universo del que no sabemos más que una milésima parte;
El concepto del mercerismo es la
representación perfecta de que los seres humanos no podemos con la soledad.
Sentirnos aislados nos asfixia, y por eso resulta imperativa la creación de
dioses plásticos, cuando la fe en los auténticos ha dejado ya de sernos útil y
reconfortante.
La humanidad está diseñada para
moverse en grupos, desarrolla cualidades empáticas que le facilitan esta labor,
por lo que resulta terrible pensar en un futuro repleto de robots humanoides
sin este reflejo característico de nuestra raza, además del problema de la
dependencia de una caja que controle los humores que deberían ser absolutamente
espontáneos.
En fin, queda evidentemente claro
que me enamoré de esta obra, que debería ser de lectura obligada para todos,
puesto que ninguno de nosotros, habitantes terrícolas del siglo XXI, está
exento de, alguna vez plantearse la posibilidad de comprar una mascota
electrónica; demandan menos humanidad, y más tecnología, una herramienta
pensada especialmente para mejorar nuestra calidad de vida en este mundo lleno
de máquinas que se han vuelto más inteligentes que las personas que las
fabrican.
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