domingo, 6 de julio de 2014

Blade Runner: sobre androides y humanos

Avergonzada por haber dejado pasar la oportunidad de publicar estar entrada antes, alegaré en mi defensa que la universidad resulta terrible para quienes desean un tiempo libre. En fin, no pienso rellenar con excusas estas líneas. Tras leer el libro para el reto de Junio y la entrada de Esther, es mi turno de comentar qué tipo de impresiones me generó la novela de Philip K. Dick.

Empezaré diciendo que es una novela caótica donde los espacios no están delimitados, donde la duda siempre presenta llega a colocarte en un estado de desesperación extrema. Sufrí el libro y por ello debo darle gracias al autor. La estrecha relación entre el humano y el androide, el creador y el creado, se quiebra para abrirnos un sinfín de posibilidades; y al final es difícil responder la pregunta: ¿Realmente somos los humanos los creadores y los androides los creados? ¿Qué especie modela y qué especie se subordina? A mi manera de ver, es esta la verdadera incógnita de la historia.



Aunque la obra de Philip K. Dick resulta un poco extraña por la peculiar narrativa que emplea y las escenas que se van desarrollando progresivamente, es verdaderamente fascinante darnos cuenta cómo el hombre, que en todas sus versiones se ha considerado perfecto, llega al punto de desconocer qué es lo que lo separa de un androide. Por un lado, tienen los droides ojos, boca, orejas… y un cerebro construido con circuitos, cables y demás; por el otro, tienen los humanos ojos, boca, orejas… y un cerebro que desconoce por completo.

¿Cuál es la verdadera diferencia? ¿La materia? ¿El espíritu? ¿Ambos?

La verdadera diferencia entre androides y humanos no se remite al cuerpo, al alma o a ambos; se remite al hecho de que ellos se conocen, se aceptan, se adaptan mientras que el hombre vive atascado en la inseguridad de no saber de dónde viene, qué es lo que hace y a dónde irá a parar. ¿No trata la Ciencia ficción de mostrarnos esto?

La posibilidad de que en algún momento de la historia no podamos encontrarnos en un espacio dominado por la tecnología puede ser terrorífico, pero tan probable que acabamos resignándonos a la idea; nos resignamos porque tenemos muy claro que, a pesar de considerarnos los creadores de lo creado, es lo que creamos lo que acaba por definirnos y controlarnos. Y es que hay que tener algo claro: un ser tan perfecto como el hombre solo puede crear algo mejor, ¿no es siempre lo mejor lo que acaba por dirigir todo lo demás?

El orgullo que produce la idea de ser dioses eclipsa el miedo de que algún día nuestras invenciones logren superarnos. No es un problema de qué tan androide sea el humano o qué tan humano sea el androide; sino que acostumbrados a mimetizarnos con la tecnología, empezamos a perder la identidad de nosotros mismos que será aprovechada por esa tecnología que, desesperada en su forma, intenta mimetizar a su vez al ser humano.


No es de extrañar, entonces, que los androides acaben soñando con ovejas eléctricas. 

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