jueves, 8 de mayo de 2014

Lectura Vs. Literatura

Había tardado demasiado en escribir esta entrada planificada para hacía milenios, pero por fin pude sentarme a elaborarla. En realidad, no sabía cómo comenzar y tuve que leer y releer las publicaciones de Esther y Julio sobre el tema para poder “inspirarme”. En lo particular, soy de esas odiosas personas que resguardan cuidadosamente los clásicos porque… ¡Bendito sea Dios! Para mí no hay nada mejor que un clásico. Lo que viene a preguntarme, ¿Esas trilogías y sagas dedicadas al público juvenil serán considerados clásicos algún día? ¿Logran ingresar a ese delicado espacio que compone la literatura? Hace un par de días decía Rodrigo Fresán algo muy cierto y nada evidente: Está en crisis el best-seller, no la literatura.


Dicho esto, creo que el problema está originado en que todos creen, de forma errónea, que cualquier libro que presenta una historia interesante ampliamente recomendado por las masas y los mercados es considerado literatura. Y no, no es así. Literatura requiere mucho más que una simple trama, lo decía en mi anterior entrada, y es que cada palabra debe arrastrar tras sí un mundo imaginario arrancado de la realidad para arrasar con tendencias, pensamientos y convenciones. La palabra es la madre de la literatura y no todos tienen el poder de aclamarla y hacerla suya.

Realmente me cuesta creer que alguien pueda leer porque el grupo donde se desenvuelve lo hace también. Leer requiere más que buscar la permanencia en una “secta” o una tendencia social; leer, de verdad-verdad, implica una paciencia infinita y una sed enferma del saber. Y disfrutar con lo que se lee es como la cereza del pastel, tremendamente delicioso y placentero. La lectura es una droga, es capaz de comportarse como un alucinógeno, pero no es de las baratas ni cabe en la boca de todo el mundo. ¿No decían antiguamente que la literatura es de la élite?
Claramente, no podemos pretender que todo texto literario se comporte como los versos de Homero, Virgilio o Dante. Todos necesitamos un respiro en algún momento de nuestra carrera literaria, especialmente los más jóvenes que apenas aprenden a leer y en la escuela pretenden que hagan un análisis sobre los cuentos de Quiroga (hablo desde una experiencia propia). Y es allí donde creo que, antiguamente y no sé en qué momento, comenzaron a crearse los fenómenos juveniles que hoy convergen en puntos comunes y repetitivos. No voy a decir que sagas como Harry Potter, Crepúsculo, Divergente o Los Juegos del Hambre son bloques insustanciales que deben quemarse (si lo digo, doy autorización de que me corten la lengua), pero voy a ser franca y decir que no hay que encasillarlos en el mismo espacio con otras obras cuya trascendencia va más allá de la historia.

Así como El Principito es bueno para iniciarse en la literatura, creo que hay libros que son buenos para iniciarse en la lectura. No, señores, no es lo mismo. Crear el hábito de leer es difícil, mucho más si en la escuela colocan ejemplares de Poe, Rómulo Gallegos y Cervantes. Hay que dar por hecho que son muy pocos los que aprecian las enseñanzas que estos textos dan en primaria y bachillerato; el resto, solo logra cogerle un odio ferviente a la literatura. Sin embargo, cuando tenemos libros como los de Rowling, Meyer o Suzanne Collins, leer se vuelve un paseo; leer se vuelve divertido, agradable, emocionante.

Más que ser una tendencia social, creo que es una nueva manera de forjar un hábito importante. No discrimino la lectura juvenil, pero considero que ese género nuevo y extraño llamado literatura juvenil no acobija a cuanto libro de triángulos amorosos y mundos apocalípticos salga al mercado. Llegando a este punto, creo que hay sagas que son buenas y otras que son malas no por la historia que cuentan sino por cómo la abordan; tramas que pueden dar mucho más de lo que dan por ser embadurnadas con retoques amorosos y absurdos para agradar a un público que busca, únicamente, dejarse llevar por la fantasía.

Esta lectura por moda, como titulamos el tema a tratar, tiene sus puntos fuertes y débiles: es un camino mucho más acertado que el de los clásicos para encaminar a los jóvenes al paraíso idílico de la literatura, pero encerrada en patrones repetitivos y mundanos produce un efecto confuso en quienes la abrazan, que después de devorar las cientos de páginas que componen las sagas no saben qué hacer a continuación y ni siquiera piensan en probar a Vargas Llosa, a las hermanas Brontë o autores poco conocidos y afamados.

Una cosa es disfrutar la lectura y otra amar la literatura. Ambas pueden ir tomadas de la mano en algunos caso, felizmente enamoradas, y en otros son palabras que al descubrirse la una a la otra, entendiendo lo diferentes que son, deciden divorciarse sin tregua. La lectura puede ser transmitida por el colectivo, por los que nos rodean y aconsejan, pero está en nosotros decidir qué haremos con eso: convertirlo en un simple hobby o convertirnos en su amante ideal.

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